LA GUERRA DE OBAMA

La guerra de Obama:
La agresión bélica imperialista contra Libia
por Lorenzo Peña

2011-03-22


El cabecilla del imperialismo yanqui, Barak Obama, junto con sus dos principales secuaces --el franco-húngaro Níkolas Sárközy y el primer ministro conservador de Su Graciosa Majestad--, han iniciado la nueva guerra de agresión imperialista: la campaña de Libia.

Siempre, siempre, siempre las cosas han de verse en su contexto y analizarse en sus antecedentes. Hoy es como ayer (desmintiendo el título del famoso libro de Santos Juliá, Hoy no es ayer); no sólo se explica por ayer, sino que, más que eso, es la continuación de ayer; igual que mañana se explica por hoy y lo continúa. El ayer sigue existiendo hoy; no se ha extinguido del todo. Ayer existían ya muchas instituciones de hoy (en verdad casi todas), muchos grupos de hoy, muchas pautas de comportamiento de hoy; al seguir existiendo hoy, prosiguen lo de ayer.

En las cosas humanas y no humanas hay cambios; pero, muchísimo más que cambios, hay continuidades. La mutación o innovación afecta al 1 por ciento; la continuidad al 99%.

Ese principio de continuidad o continuación es esencial en todo, pero particularmente importante para una filosofía racional de la historia humana. Su fundamento metafísico es el principio de gradualidad, en virtud del cual las determinaciones se dan por grados, de suerte que entre los extremos del totalmente-así y totalmente-no-así hay una gradación a menudo infinita. Pero ese fundamento solo no es lo que determina que se transite de un punto A o otro B por pasos consecutivos, a través de los intermedios. (Podríamos imaginar que no fuera así, que se saltara de A a B.)

Desde hace años he venido desarrollando y proponiendo la filosofía cumulativista (v. «El cumulativismo»: http://ius.name/articles/gradual/cumulati.htm), que es un enfoque dialéctico-racionalista basado en ideas de Leibniz, filtradas por el tamiz de Hegel y del materialismo dialéctico (un filtraje que consiste, más que nada, en reconocer la contradictorialidad de las continuidades). Su tesis central es precisamente este principio de continuidad, que excluye los saltos.

Estaba en días pasados traduciendo al inglés mi propio ensayo «Entidades culturales» (http://ius.name/abstract/m21.htm), publicado en México, porque está prevista una edición del volumen que lo contiene en la lengua de Shakespeare. Y, al repasar lo que escribí hará unos ocho años, me he percatado del énfasis que ahí pongo en ese principio de continuidad, como clave de una comprensión racional de las entidades culturales, que sólo surgen y se desarrollan gracias a una segunda naturaleza, anclada, en último término, en la primera. No hay milagros. (El error de los proyectos revolucionarios fue creer en el milagro.)

Sólo se pueden levantar edificios nuevos con los materiales preexistentes --y aun ello adaptándose a los compases que imponen la naturaleza misma de las cosas y la dureza y rigidez de los materiales.

Si, por el lado de las revoluciones, no hay milagros ni artes de birlibirloque o encantamiento que súbitamente transformen a un país así o asá en un país radicalmente diverso e irreconocible (como se soñaba en la febril esperanza en el amanecer radiante), todavía más obvio es que las fuerzas del mal tampoco se convierten en fuerzas del bien, ni ponen cruz y raya a su tenebroso pasado para alborear inmaculadas, impolutas, limpias de polvo y paja y guiadas por buenas intenciones.

Las fuerzas del mal son las instituciones y los grupos sociales consagrados a la conservación de la injusticia, el privilegio y la arbitrariedad, los intereses consagrados y encastillados de los pocos contra los muchos, de los de arriba contra los de abajo, de los ricos contra los pobres, de los opresores contra los oprimidos. Esas fuerzas del mal en el mundo contemporáneo son el imperialismo, el colonialismo, las oligarquías financieras, el militarismo, el occidentalismo, en una palabra.

Leibniz en su tiempo anticipó genialmente muchas verdades no sólo de la metafísica, sino también de la ética y la política. Entre otras, formuló su principio de enemigo principal del progreso y de la razón (anticipándose a Mao Tse-tung). En cada período hay que fijarse en quién es el principal opresor, aquel que, con sus acciones e intereses arbitrarios, obstaculiza más los anhelos de libertad, justicia, racionalidad y mejora de la sociedad humana. Para Leibniz era (entonces) la monarquía despótica de los Borbones. En aras de cercarla, aislarla y limitar su maléfico poder, había que aliarse con todos los antiborbónicos; a ello consagró muchos panfletos (especialmente los que dedicó a objetar las pretensiones del fundador de la casa de Borbón en España, Felipe de Anjou o Felipe V), transigiendo incluso con el absolutismo local, mucho más inocuo (visto en escala transnacional) de tal o cual dinasta germano.

En nuestro tiempo el enemigo principal es el imperialismo yanqui. Más amplia y difusamente es la alianza occidental que él acaudilla. Ese imperialismo es lo que es y no otra cosa. No es un día negro y a la mañana siguiente blanco.

El imperialismo ya ha agredido a Libia en varias ocasiones. La primera fue la guerra de agresión del imperialismo yanqui contra Tripolitania en 1801-1804, en la cual los norteamericanos organizaron ya una mesnada mercenaria que invadió la actual Libia. No voy a detenerme aquí en comentar aquella guerra, presentada por los historiadores occidentales como un combate contra la piratería berberisca.

La segunda agresión fue la conquista italiana entre el otoño de 1911 y el de 1912. Fue lanzada porque sí, porque al rey de Italia, Su Majestad Víctor Manuel III, le daba la gana guerrear y conquistar, habiendo obtenido previamente el visto bueno del colonialismo francés por un tratado secreto de 1902. A la sazón Libia era un territorio autónomo dentro del Imperio Turco. Las autoridades otomanas cedieron al ultimatum italiano del 27 de septiembre de 1911, aceptando que el reino de Italia controlara las dos provincias de la actual Libia, Tripolitania y Cirenaica, contentándose con el mantenimiento de una teórica y nominal soberanía turca. El imperialismo italiano rechazó la propuesta, desencadenando la guerra, en la cual se acudió, por primera vez en la historia, a bombardear desde un avión; tuvo lugar el 1 de noviembre de 1911 sobre tropas turcas en Libia. Italia tardó en doblegar al pueblo libio, consiguiéndolo sólo a través de una feroz secuencia de acciones bélicas y de represalias terroristas.

Hasta la conquista italiana, Tripolitania y Cirenaica sólo estaban unidas por su común pertenencia al imperio otomano. El colonialismo italiano osciló: entre 1927 y 1934 las mantuvo como colonias separadas, pero entonces Mussolini decidió unirlas bajo la denominación de «Libia». Como tantos otros estados africanos y medio-orientales, es una creación artificial del colonialismo, aunque en este caso sobre un sustrato, que es la comunidad de ambos territorios como partes de la nación árabe, su contigüidad y vínculos históricos compartidos.

La tercera agresión fue la colisión en territorio libio de los dos imperialismos en pugna durante la segunda guerra mundial, el anglo-americano y el italo-alemán. Triunfantes en la batalla de El Alaméin, los ingleses avanzaron por Libia, adueñándose de la misma el 23 de enero de 1943. Nunca volvería a ser italiana. La monarquía británica se había apoderado por la fuerza de Libia y no iba a soltarla. La mantuvo bajo su dominación (sin base legal de ningún tipo salvo el derecho de conquista militar; en 1947, al firmar un tratado de paz, Italia renunció a esa posesión colonial). Rebuscando entre los jefes tribales, el colonialismo inglés halló uno bastante sumiso, el jeque de la tribu Senussi, Muhammad Idris (de la provincia oriental, o sea la Cirenaica, núcleo de la actual rebelión islamista). Nombrado por los ingleses «rey de Libia» y dócilmente instrumentalizado, el nuevo monarca obtuvo del Reino Unido una independencia nominal el 24 de diciembre de 1951. Menos de un año más tarde, el rey de Egipto, Faruk, es derrocado por un golpe de estado militar que instaura la República y que, bajo la égida del coronel Nasser, se irá encaminando hacia una política nacionalista.

Las bases militares angloamericanas permanecieron en el territorio libio. En 1956 el colonialismo anglo-francés, junto con Israel, atacó a Egipto, para no perder el dominio del canal de Suez. Poco después en Libia se descubrieron yacimientos petroleros.

En 1969 la postiza monarquía de Idris es derribada por el coronel Jazafi (o Qhaddafi), hasta entonces desconocido. El joven y turbulento aventurero --al que la fortuna ofreció la oportunidad de hacerse amo en su país-- acometió en seguida una carrera de virajes que lo han llevado a lucir alternativamente muchas caras, a imponer a su pueblo muchas políticas, a embarcarse en empresas arriesgadas, coqueteando, según las ocasiones, con unos o con otros, desde el ultrarradicalismo nacionalista árabe hasta el oportuno descubrimiento de su (presunto) origen familiar israelita --según ciertas fuentes explotado para tejer lazos de colaboración con el Mossad y hacer suculentos negocios con la casa Rothschild.

En mi autobiografía ¡Abajo la oligarquía! ¡Muera el imperialismo yanqui! cuento cómo la circunstancia que condujo a mi abandono del alineamiento pro-chino (mi militancia en el PCEml) fue el giro dado por Pequín al recibir la visita de Nixon en 1972; pero, en ese contexto, también recuerdo un episodio hoy olvidado, que precedió de cerca tal visita: el papel jugado por Jazafi en julio de 1971 (casualmente cuatro días después del anuncio de la proyectada visita del presidente USA a la capital china): con respaldo chino, Jazafi intervino en el Sudán para apuntalar el poder del dictador Muhamad Yafar Numeiri. En aquella época Jazafi ostentaba su faz de un tercer-mundismo islamista, anticomunista y antioccidental a la vez, que sufriría vuelcos y más vuelcos en los lustros siguientes.

Habiendo secundado bajo cuerda la agresión imperialista contra Irak en 2003, Jazafi hizo, desde ese momento, excelentes migas con las potencias de la NATO, colaborando en la lucha contra el islamismo radical --hasta poco antes manejado por las cancillerías occidentales, pero que, entre tanto, se había levantado en armas contra sus anteriores protectores.

Tras esas excelentes relaciones --militares, económicas, espionísticas y policíacas--, Jazafi se ve de pronto, en febrero de 2011, acometido por sus padrinos de la víspera. ¿Por que esa brusca voltereta?

Lo que ha pasado, entre tanto, es que han tenido lugar los derrocamientos de dos de los puntales de la dominación neocolonialista en el norte de África: el déspota tunecino Ben Alí y el egipcio Mubarak. La caída de éste último ha inquietado sobremanera a Israel. De momento las cosas están controladas: tanto en Túnez como en El Cairo hay gobiernos pro-occidentales, que parecen capaces de encauzar y contener cualesquiera desbordamientos peligrosos para los intereses imperialistas. Pero ya no se está tan seguro. Algunos gestos del nuevo gobierno egipcio presagian un cambio potencial, aunque sea menor. Y eso desasosiega.

Se ha aprovechado el pretexto de la insurrección de la provincia de Cirenaica (encabezada al parecer por la ya citada tribu Senussi) y la guerra civil desencadenada en Libia. Jazafi ha sido durante muchos años un buen amigo de Occidente, pero nunca ha sido de fiar para nadie ni puede serlo. En este momento, en la orilla sur del Mediterráneo, el único verdaderamente de fiar para Occidente es el rey Muhammad VI de Marruecos.

La ensordecedora alharaca humanitaria de la prensa venal y mendaz ha pasado súbitamente a demonizar al líder que hasta ayer nos presentaban como un pragmático, un gobernante que se adaptaba inteligentemente a los tiempos y al que había que seguir estimulando y halagando para afianzarlo como una barrera razonable contra el islamismo, contra la amenaza de Al Qaida.

¿Cuándo ha dejado Jazafi de ser bueno? ¿Hace una semana, hace dos, tres, cuatro ...? ¿Hace un año, dos, tres? Y ¿cómo es que, durante todo este tiempo, se le han vendido muchísimas armas, se han aprovechado sus servicios para reprimir a los inmigrantes transaharianos, se han acogido sus dineros con los brazos abiertos y se han utilizado sus vínculos africanos para imponer en el continente negro un nuevo panafricanismo neocolonialista por el que la Unión Africana se convierte en una obediente agencia de la dominación blanca?

Jazafi es un ser repugnante pero menos que Obama, Cameron, Sárközy y toda la turbamulta imperialista, oligárquica y colonialista, a cuyo servicio ha estado durante tanto tiempo y que ahora le paga como los dominadores pagan a sus lacayos cuando ya no les interesan. Los enemigos cirenaicos de Jazafi no son mejores que él. Son un conglomerado de renegados del propio régimen jazafista, jefes tribales reaccionarios y otros nostálgicos de la monarquía, admiradores de Occidente y combatientes de la fe coránica que planean instaurar la Sharía (y cuyos lazos con Al Qaida pueden no ser ninguna patraña).

De pronto todos aparecen como víctimas inocentes masacradas por las fuerzas militares del régimen de Jazafi, al que hay que parar para que no siga masacrando. No se nos cuenta (nunca se nos ha contado) cómo pasaron las ciudades de Cirenaica a estar en manos de los rebeldes o insurrectos. Sin duda había cuarteles de los cuerpos de seguridad. Tuvieron que ser asaltados. Con qué armas comenzó la rebelión, qué pasos se fueron dando para que lo que empezaba apareciendo como una serie de manifestaciones de masas desembocara en ese asalto al poder, eso todavía la prensa occidental no lo ha descrito; es más, ni se le ha ocurrido preguntarse por ello. (Repásense las noticias de la BBC: un día habla de las manifestaciones en Bengasi y al día siguiente afirma que la ciudad está en manos de los enemigos de Jazafi; ¿no ha habido un tránsito de lo uno a lo otro? ¿Cuál, cómo?)

En qué medida todo haya sido urdido y por quién es algo que posiblemente se llegue a saber. Los selectivos filtradores de Wikileaks pueden optar por dejárnoslo saber o no, según designios insondables de algunos jugadores más astutos, cuya identidad y cuyos propósitos están aún por averiguar. No me cabe duda de que la monarquía saudí y las otras petromonarquías árabes han estado maquinando todo eso y que han armado a la rebelión, como ahora secundan la agresión bélica del imperialismo.

Están todavía por determinar los planes de combate y acción militar, que se inauguran con esta operación, el Amanecer de la Odisea nada menos. No nos los van a contar. Actuarán como siempre: con campañas de prensa sensacionalistas y ensordecedoras en el momento preciso, callando lo que no conviene decir, manejando los hilos de una opinión ignorante y crédula a la que se embauca con facilidad para lanzar los ataques militares cuando y como más les convenga.

Hay varias posibilidades. Una es que van a por Jazafi para poner en su lugar a una criatura menos revoltosa y más mansa, que sirva de respaldo a eventuales intervenciones al oeste (Túnez, Argelia), al este (Egipto), al sur (Chad, Níger, indirectamente Malí) o al sureste (Sudán). Otra, más modesta, es que se trata de causar una partición fáctica (una más), con una independencia de Cirenaica bajo protectorado occidental, la cual serviría para varios de esos fines, aunque no para todos (siendo el principal el de vigilar y amenazar a Egipto).

Entre tanto, los bombardeos se nos presentan como hazañas, como proezas técnicas, con el alborozo de quienes siempre aclaman al matón más agresivo. La misma cantinela se repite: las bombas estallan sobre puestos o instalaciones «de Jazafi». Teniendo Libia una población de 5 millones de habitantes humanos, no hay sin duda probabilidad de que, al cabo de unos años, nos enteremos de una mortandad como la de Irak, donde las secuelas de la agresión estadounidense han provocado la muerte de 600.000 personas en los últimos ocho años. Pero lo que está claro es que las bombas matan y están para eso. No sólo matan. Muchas veces matar es lo de menos. Peor: dejan a la gente tullida, lisiada, agonizante de por vida, gravemente herida. Como ya han hecho los bombardeos yanquis en Corea, Vietnam, Laos, Camboya, Yugoslavia, Somalia, Afganistán, Paquistán, Mesopotamia y los de sus aliados israelíes en Gaza y los franceses en Costa Ebúrnea, Chad y el Camerún, etc.

A Satanás lo acusan muchas veces de males que no comete. Al imperialismo occidental se lo acusa ahora de bombardear Libia por su petróleo. Es una calumnia. El petróleo es lo de menos. El suministro de hidrocarburos de momento no se asegura con la nueva agresión sino que se hace peligrar. Desde luego, si se adueñan de Libia como de Irak, los yacimientos formarán parte del botín. ¡Faltaría más! Siempre lo hicieron, siempre lo hacen, siempre lo harán. Pero los objetivos principales son otros, como en Somalia, Afganistán, Yugoslavia Irak. Se trata de afianzar la dominación mundial del imperio estadounidense y occidental. En suma de una meta como la que cualquier imperio ha perseguido desde que el mundo es mundo --sólo que ahora con unos medios que jamás estuvieron al alcance de Asurbanipal, Alejandro Magno o Gengis Kan.






No hay comentarios:

Lorenzo Peña y Gonzalo

Mi foto
Tres Cantos, Spain
Tras una turbulenta y amarga juventud consagrada a la clandestina lucha revolucionaria, mi carrera académica me ha conducido a obtener las 2 licenciaturas de Filosofía y Derecho y asimismo los 2 Doctorados respectivos (en Filosofía, Universidad de Lieja, 1979; en Derecho, Universidad Autónoma de Madrid, 2015). Soy también diplomado en Estudios Americanos; en cambio, si bien inicié (con éxito) la licenciatura en lingüística, no la culminé. Creador de la lógica gradualista, tras haberme dedicado a la metafísica y la filosofía del lenguaje, vengo consagrando los últimos 4 lustros a desarrollar una nueva lógica nomológica y aplicarla al Derecho: la lógica de las situaciones jurídicas, basada en la metafísica ontofántica que elaboré en los años 70 y 80. He sido profesor de las Universidades de Quito y León, Investigador visitante en Canberra e investigador científico del CSIC, habiendo sufrido la jubilación forzosa por edad en 2014 cuando había alcanzado el nivel máximo: Profesor de Investigación. Soy miembro del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid.